Octavia Sandoval
Federico Engels, uno de los más grandes organizadores del proletariado mundial, puso de manifiesto, en 1876, que el hombre con su trabajo no sólo crea la riqueza del mundo sino que, además, crea las condiciones de vida en que puede desarrollarse el género humano, asegurando con ello su evolución y permanencia sobre la tierra.
En etapas primitivas de la humanidad, cuando el hombre aun no se diferenciaba completamente de los monos antropomorfos, el desarrollo natural de sus manos, similares a las de los simios, lo obligaba a trepar a los arboles para obtener alimento y refugio. Progresivamente, la habilidad y destreza de sus manos permitió que el hombre en formación pudiera realizar una diversidad de funciones antes desconocida para cualquier otro ser: la creación de instrumentos de trabajo como lanzas, cuchillos, jarrones, etc., que lo facultaron para tener un mayor control sobre la naturaleza y, en consecuencia, tener mejores condiciones de vida. Ahí donde hubo medios más accesibles de vida hubo una mayor concentración de seres humanos, lo que derivó en el nacimiento del lenguaje, el desarrollo de los sentidos, el pensamiento y el hombre como ser social. Posteriormente surgió el comercio, la política, los estados y las naciones. Así, todos los productos de la civilización han sido y siguen siendo resultado del trabajo.