Abel Pérez Zamorano
Todos
los pueblos aprenden unos de otros, y las experiencias de cada uno, buenas y
malas, se convierten en lecciones para todos, podríamos decir que en patrimonio
cultural de la Humanidad, aquilatadas en función de resultados; obviamente, es
absurdo recomendar copias al carbón, porque historia y circunstancias difieren,
y una misma política, exitosa en un país, puede no serlo en otro. Pero el
desarrollo no es, tampoco, un abigarramiento caótico de casos absolutamente diferentes,
inconexos e incomparables; existen pautas comunes y leyes del desarrollo que
imponen regularidades de validez general. Reflexiono sobre esto con motivo de
la experiencia económica reciente de Brasil, nación diferente a la nuestra,
cierto, pero con evidentes similitudes, y de la cual podemos aprender. Ese
inmenso país (más de cuatro veces mayor que México) fue colonia portuguesa,
esclavista hasta 1888. Desde el régimen de Getulio Vargas en los años 30 y
parte de los 40, en Brasil dio inicio la economía cerrada y el después llamado
modelo ISI, que concluyó a principios de los 80, con la instauración del
neoliberalismo, con los presidentes Sarney, Collor de Mello, Franco y Cardoso.
Pero ese modelo no duraría mucho. A partir de 2003 y hasta 2011, Brasil optó
por un gobierno popular (ciertamente en alianza con el empresariado nacionalista),
encabezado, primero, por Luiz Inácio
Lula da Silva, obrero metalúrgico y sindicalista, y luego por la actual
presidenta, Dilma Rousseff. Uno de los primeros pasos hacia un modelo de
desarrollo económico nacional fue la liquidación, en 2005, de la deuda con el Fondo
Monetario Internacional (FMI), con lo cual Brasil concluyó su dependencia de
esa institución y conquistó la soberanía para decidir su propio rumbo.