martes, 12 de abril de 2011

¡Mucho trabajo, poco salario!

Alan Ramírez

Según la economía política clásica, el trabajo es fuente de riqueza. Así por ejemplo, Para Adam Smith “el trabajo anual de cada nación es el fondo que en principio la provee de todas las cosas necesarias y convenientes para la vida, y que anualmente, consume el país. Dicho fondo se integra siempre, o con el producto inmediato del trabajo, o con lo que mediante dicho producto se compra de otras naciones”. Lo anterior viene al cuento por un dato que dio a conocer la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE): De los 30 países miembros de éste organismo, México es la nación donde más se trabaja, con 10 horas al día entre el trabajo remunerado y el no remunerado, pero también es donde hay más pobres (uno de cada cinco habitantes).

El economista jefe de la OCDE, Jean-Philippe Cotis.

Por otro lado el estudio reveló que los belgas son los que tienen una jornada laboral menor (7 horas al día), y, en contraste a los mexicanos, poseen varias semanas de vacaciones al año y gozan de una jubilación anticipada a los 60 años aproximadamente.

Lo anterior tampoco es desconocido para la ciencia económica que, desde 1867 conocía ya las leyes que rigen la contradictoria relación existente entre el valor del producto del trabajo y el valor del trabajo mismo. Concretamente podemos decir que la desigualdad se da, básicamente y a muy grandes rasgos, porque el salario del trabajador es muchísimo menor que la ganancia que éste (el trabajo) deja al “patrón”. La diferencia entre el salario y el valor del producto del trabajo, académicamente nombrado como plusvalía, es la ganancia de los dueños de las “empresas”. Así se explica, a grosso modo, la desigualdad existente entre trabajadores y empresarios en un sistema capitalista, pero, ¿Cómo se explica que en México se trabaje más y se gane menos? La respuesta en parte se explica por los 2.5 millones de desempleados y por los 15 millones de subempleados con que cuenta nuestro país (lo anterior según sospechosas fuentes oficiales). También metamos aquí a los 7 millones de “ninis” existentes según el rector de la UNAM, José Narro Robles.


José Narro Robles

Todos estos grupos tienen el común denominador de pertenecer al llamado, por los que saben, “ejercito industrial de reserva”. El rimbombante concepto no es otra cosa que el excedente de mano de obra dentro de una sociedad; dicho excedente hace, según las leyes del mercado, que la demanda de mano de obra sea baja y que, por tanto, los salarios se mantengan a niveles bajísimos. Así por ejemplo, un trabajador la pensará dos veces antes de pedir un aumento salarial o disminución de su jornada laboral, debido a que está plenamente consciente de que si él no acepta los términos impuestos por su patrón (bajo salario y jornada laboral prolongada), éste [el trabajador] puede ser sustituido por algún intégrate del “ejército industrial de reserva”, el cual si aceptara, por necesidad, tales términos.

La situación descrita anteriormente da pie a que la clase poderosa, llamada comúnmente empresarial, pueda explotar con mayor facilidad al trabajador y, de esta forma, pueda extraer más ganancia (plusvalía). La cuestión seria: ¿Por qué en países como Bélgica no ocurren contradicciones tan grandes?

Pues porque a pesar de que se trata de un problema fundamentalmente de la base económica, y quizás precisamente por eso, el problema se ha trasladado al área del pensamiento social. Un claro ejemplo es la política mexicana, la cual desde hace ya varios años muestra una decadencia progresiva y que, aparentemente ciega ante la paupérrima situación decadente también del país, insiste en aplicar políticas económicas neoliberales que más que otra cosa buscan favorecer los intereses empresariales.

Pero la clase trabajadora misma no se queda atrás, y es que ante su paupérrima situación parece ser que el trabajador promedio mexicano permanece aletargado en su mundo televisivo observando a su ídolo espiritual, “el Chicharito Hernández”.

Más que la exposición de un panorama desalentador en sí, mi intensión, al tratar de explicar la nota anteriormente citada, es hacer un llamado a todo lector con los ojos bien abiertos y que busque cambiar tal panorama; el cambio progresivo no será posible sin un incremento en la participación colectiva, ya que como nos enseño alguna vez Cervantes, un Quijote no es capaz de cambiar, en lo fundamental, nada, pero algunos millones de Quijotes que, unidos por la intención de cambio, busquen tal proeza, seguro que obtendrán buenos resultados. Al tiempo.

El ingenioso Quijote de la Mancha

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