miércoles, 21 de marzo de 2012

La importancia de los trabajadores

Guillermo Ríos Guerrero 

Ya Engels ponía de manifiesto en 1876 que el hombre con su trabajo no sólo crea la riqueza del mundo, más aún, crea las condiciones de vida en las que puede desarrollarse el género humano, asegurando con ello su permanencia sobre la tierra y su evolución.


En etapas primitivas de la humanidad, cuando el hombre aun no se diferenciaba completamente de los monos antropomorfos, la evolución natural de sus manos, similares a las de los simios, lo obligaba a trepar a los arboles para obtener alimento y refugio. Esta evolución permitió que el hombre en formación pudiera realizar una diversidad de funciones antes desconocida para cualquier otro ser: la creación de instrumentos de trabajo: lanzas, cuchillos, jarrones, etc., que lo facultaron para tener un mayor control sobre la naturaleza y, en consecuencia, tener mejores condiciones de vida. Ahí donde hubo medios más accesibles de vida hubo un mayor aglutinamiento de seres humanos, lo que derivo en el nacimiento del lenguaje, luego en el nacimiento de la sociedad y posteriormente del comercio, la política, las Naciones, los Estados. Todos lo productos de la civilización tienen algo en común: son resultado de una organización del trabajo más o menos compleja según una determinada sociedad.


Ahora bien, si el trabajo ha generado tanta riqueza, ¿Por qué hoy día los trabajadores no viven con abundancia y confort?, y ¿Por qué cada día parecen más atados al trabajo que liberados por él? Esto sucede así porque, después de un largo proceso histórico, la sociedad resulta estar dividida en dos clases antagónicas: por un lado están los dueños de los medios de producción, los capitalistas, (en cuyas manos se encuentran las fábricas, las herramientas de trabajo, los medios de trasporte, los medios de comunicación, en fin, todo aquello que es indispensable para que el trabajo pueda realizarse.); por el otro están los proletarios que son aquella masa de desposeídos que no ti tienen otra cosa que ofrecer más que su fuerza de trabajo, su capacidad física y mental realizar trabajo. Para producir los medios que le permitan vivir, para crearlos necesita herramientas, materia prima, un espacio y condiciones adecuadas para poder trabajar, una división del trabajo compartida con otros obreros, etc. Sin embargo todos estos medios le pertenecen al capitalista. El trabajador, pues, se ve obligado a venderle al capitalista su fuerza de trabajo a cambio de una determinada cantidad de dinero llamada salario. El producto del trabajo del obrero no le pertenece, lo que produce el obrero para si mismo con su trabajo no son las mercancías, estas le pertenecen al Capitalista. El obrero es únicamente se hace acreedor, por la venta de su fuerza de trabajo, de un salario miserable.
Por esto es que para el obrero trabajar es una actividad ingrata y repulsiva, para él la vida comienza allí donde terminan sus actividades laborales: en la mesa, o en la cama de su hogar, o en el banco de la cantina.

Pero no sólo el trabajo es repudiado por el explotado, también, por la subordinación que en esta etapa de la historia significa ser trabajador y por la separación artificial entre el trabajo y “las ciencias del espíritu”, este desprecio se extiende a las clases poderosas y estas lo generalizan en toda la sociedad, gracias al control ideológico que su supremacía económica les brinda. Para demostrar lo poco que le interesa la clase trabajadora a los empresarios y al gobierno de este país tenemos el caso de pasta de Conchos, Coahuila, donde a consecuencia de un accidente, murieron 65 trabajadores. Accidente ocasionado por las ilegales condiciones de inseguridad de la mina, derivada de la corrupción y favores otorgados por la Secretaria del Trabajo hacía los propietarios de “Grupo México” (propietaria de la mina y la compañía minera más grande de México y la tercera productora de cobre más grande del mundo). Con la tecnología que hoy existe y con una presión efectiva del gobierno a la empresa responsable, los trabajadores atrapados o tal menos sus cuerpos pudieron ser rescatados, como recientemente lo probó Chile, a pesar de lo mediático de su rescate.
La denigración a la clase trabajadora se manifiesta también en al situación de los jornaleros agrícolas de Michoacán, que viven en una pobreza más aguda, con jornadas laborales más largas, sin seguridad social, con salarios más bajos del mínimo legal, y en general condiciones laborales peores que hace cien años, antes de la Revolución Mexicana. Esta es la contradicción: aquellos que generan la riqueza del mundo no pueden disfrutar de ella, y, además, se les denigra de un modo cruel. Si no es en beneficio de la ganancia no hay por que educarlos, ni darles salud, mucho menos darles una buena calidad de vida, ¿Para que? ¿Qué no acaso si se pierde un trabajador no hay millones de desocupados que necesitan sobrevivir aun en las peores condiciones de explotación? La respuesta es sí, hay millones desocupados y cada día aumenta el numero de seres humanos desesperados por la falta de trabajo, por la pobreza alimentaria que se extiende rápidamente sobre ellos, por la indiferencia de “sus representantes” ante la ignorancia del pueblo mexicano, ante su
desprotección, ante su frio, ante su hambre. Sí, cada día aumenta el número de seres humanos que han de derrumbar el sistema vigente.
Se va acercando la fecha en que los trabajadores no sólo serán importantes por la riqueza que crean con el desgaste de sus manos, de sus neuronas, de sus músculos, sino también porque son ellos quienes tendrán en sus manos la posibilidad de cambiar al mundo mediante la insurrección, y así fundir la cadena de hambre mediante la cual se les mantiene agachados. La clase proletaria tiene hoy una tarea histórica, debe tomar el poder político, eliminar la propiedad privada de los medios de producción y crear una un modelo económico que asegure la equitativa distribución de la riqueza. Para poder llevar esto acabo en el futuro, hoy son necesarias dos cosas: la primera es que las masas se conscienticen sobre la necesidad de un cambio político y económico radical, y segundo que aquellas personas que se han conscientizado se organicen y luchen por un mejor porvenir.
La clase proletaria podrá liberarse a medida que su conciencia y organización aumenten. Poco a poco se convertirá en un león terrible que no aceptara su domesticación y se arrojara sin piedad al cuello del domador, cuyo látigo y escudo le van quedado chicos.

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