miércoles, 7 de marzo de 2012

CHINA, MÁS RIQUEZA Y MAYORES SALARIOS




Abel Pérez Zamorano

En el panorama mundial, en los días que corren vemos de un lado una Europa postrada en profunda crisis de deuda, de las finanzas públicas y con un masivo desempleo (en España están desocupados casi uno de cada cuatro personas en edad y condición de trabajar). Y para superarla se instrumentan en toda la Unión planes anticrisis basados en una drástica reducción salarial, un abatimiento del gasto social y el aumento en la edad de jubilación, todo ello porque los economistas, como ocurre siempre, culpan al pueblo de los excesos de los ricos, y le hacen pagar las consecuencias. Mientras tanto, en el Oriente, China, reiteradamente acusada de basar su éxito en los bajos salarios, en un franco contraste con la rica Europa, sigue incrementándolos, para bien de su pueblo.



La versión corriente, propalada por los críticos del modelo chino, principalmente los Estados Unidos, y, con gran solaz, nuestros medios masivos de comunicación, atribuyen el éxito de China “a la miseria en que tiene sumidos a sus trabajadores”, a un modelo eminentemente exportador, orientado hacia el mercado mundial, y agregan que, si bien produce más riqueza, ésta es acaparada por una generación de nuevos ricos. En una palabra, según sus críticos, progresa porque ha puesto en marcha el capitalismo y la apertura comercial a todo vapor, y aunque algo hay de cierto en ello, en el fondo es una verdad incompleta, y, por tanto, una falsedad. Si el capitalismo por sí solo generara un vigoroso crecimiento, habría que preguntarse, de paso, ¿por qué México, fiel practicante del credo neoliberal, no crece, y tiene cada vez más pobres? ¿Y si los salarios bajos son clave de un crecimiento vigoroso, por qué nuestro PIB está estancado? ¿Pero, además, y yendo a la sustancia, qué tan cierto es que los trabajadores chinos están cada día más miserables?

Muy esclarecedor, a este respecto, es el documento publicado el pasado 27 de febrero por el Banco Mundial y el Centro para la Investigación sobre el Desarrollo, del Consejo de Estado de la República Popular China, un extenso y acucioso estudio titulado “China 2030, Construyendo una moderna, harmoniosa y creativa sociedad de altos ingresos”. De inicio se señala ahí que durante los últimos treinta años, China ha constituido un caso único de éxito económico, con un crecimiento promedio anual de 10 por ciento en el PIB; ha llegado a ser ya la segunda economía en términos de Producto Interno Bruto, y de seguir esa tendencia, para el año 2030 será la primera, con un ingreso familiar igual al promedio de los de países altamente desarrollados. Hoy todavía su PIB per cápita es pequeño, por razones de su población (tiene mil 339 millones de habitantes, doce veces más que México). Pero el hecho es admirable, y para justipreciarlo, recordemos que, al triunfo de la revolución encabezada por Mao TseTung, apenas en 1949, el nivel de desarrollo Chino y el mexicano eran muy similares, si no es que el nuestro era un poco mejor.

Pero la hazaña china no se limita a la mera creación de riqueza, en sí misma un verdadero portento. Va más allá. A ello añade otra, mayor aún, que le hace excepcional y merecedora de ser estudiada: distribuye la riqueza. De acuerdo con el citado estudio del Banco Mundial (pág. 24), durante las últimas tres décadas: “No sólo el crecimiento económico se disparó, sino que la tasa de pobreza cayó, de más de 65 por ciento a menos de 10%; 500 millones de personas fueron sacadas de la pobreza y todas las Metas del Milenio han sido alcanzadas o están en vías de serlo”. Esto ha ocurrido a partir de las reformas económicas de DengXiaoping a finales de los años setenta, y que empezaron a rendir frutos desde inicios de los ochenta.



En la base de ese progreso en el bienestar social está el hecho de que el salario mínimo en China se ha multiplicado por 2.5 desde mediados de los años noventa, y de una manera muy racional y sustentable, pues su determinación obedece a una rigurosa lógica económica, no a consideraciones de índole puramente política o a simple voluntarismo. El salario mínimo se ajusta a nivel de cada provincia, atendiendo a varios factores: de manera destacada, al nivel local de productividad del trabajo (a mayor productividad, mayor salario), el costo de la vida, el desempleo, la situación económica en la localidad y los costos al productor.
Reforzando el resultado del estudio del Banco, otra fuente, en este caso Le Monde Diplomatique, en su edición de febrero, reporta también la tendencia alcista de los salarios, aunque en un período más breve. “Después de los movimientos sociales del verano de 2010 en la región industrial de Shenzhen, los anuncios de alzas de salarios se multiplicaron. El duodécimo plan quinquenal (2011-2015) prevé un aumento del salario mínimo de 13% por año, después de un alza promedio de 14% en 2010 – los mínimos son fijados a nivel de provincia… El salario promedio de los trabajadores urbanos ha aumentado en 12.4% en 2010 y en 14.3% en 2011”. A partir de 1994 se legisló en China el salario mínimo, pues existían ya las condiciones de productividad para hacerlo.

Pero el salario es sólo una parte del ingreso real total de los trabajadores, al cual se añaden los programas sociales de ayuda efectiva a los más pobres, como el Wubao, aplicado en las zonas rurales, pero, sobre todo, por su alcance masivo, el llamado dibao, con cobertura rural y urbana. Opera, además, un esquema fiscal que reduce el cobro de impuestos al trabajo; y mediante apoyos gubernamentales se ahorra, a muchos millones de familias chinas, todo pago de cuotas en la educación; en fin, se subsidia el seguro de salud y se subvencionan vastos programas de vivienda de interés social. Así, se vigoriza el mercado interno y se fomenta la demanda de la propia producción, algo impensable si, como afirman sus críticos, se redujeran los salarios.

Bien haríamos pues, sin caer en imitaciones mecánicas, y por tanto impracticables, en aprender del modelo híbrido de la economía china, basada en un eficaz y productivo capitalismo, pero dirigido políticamente por el pueblo, y en provecho del pueblo; sin embargo, para aprender de ese ejemplo y asimilar lo que tiene de positivo necesitamos, más que un nuevo partido, una nueva clase gobernante. La actual está históricamente negada al cambio.

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