miércoles, 6 de julio de 2011

LA IMPORTANCIA DE LOS TRABAJADORES


Octavia Sandoval

    Federico Engels, uno de los más grandes organizadores del proletariado  mundial, puso de manifiesto, en 1876, que el hombre con su trabajo no sólo crea la riqueza del mundo sino que, además, crea las condiciones de vida en que puede desarrollarse el género humano, asegurando con ello su evolución y permanencia sobre la tierra.

    En etapas primitivas de la humanidad, cuando el hombre aun no se diferenciaba completamente de los monos antropomorfos, el desarrollo natural de sus manos, similares a las de los simios, lo obligaba a trepar a los arboles para obtener alimento y refugio. Progresivamente, la habilidad y destreza de sus manos permitió que el hombre en formación pudiera realizar una diversidad de funciones antes desconocida para cualquier otro ser: la creación de instrumentos de trabajo como lanzas, cuchillos, jarrones, etc., que lo facultaron para tener un mayor control sobre la naturaleza y, en consecuencia, tener mejores condiciones de vida.  Ahí donde hubo medios más accesibles de vida hubo una mayor concentración de seres humanos, lo que derivó en el nacimiento del lenguaje, el desarrollo de los sentidos, el pensamiento y el hombre como ser social. Posteriormente surgió el comercio, la  política, los estados y las naciones. Así, todos los productos de la civilización han sido y siguen siendo resultado del trabajo.

    Ahora bien, si el trabajo ha generado tanta riqueza, ¿por qué hoy día los trabajadores no vivimos en la abundancia y comodidad?, y ¿por qué cada día estamos más atados al trabajo que liberados por él?  Esto sucede así porque, después de un largo proceso histórico, la sociedad moderna resulta estar dividida en dos clases antagónicas: por un lado, están los dueños de los medios de producción, los capitalistas, (en cuyas manos se encuentran las fábricas, las herramientas de trabajo, los medios de transporte, los medios de comunicación, en fin, todo aquello que es indispensable para que el trabajo pueda realizarse); y por el otro, estamos los proletarios, los desposeídos que no tenemos otra cosa que nuestra fuerza de trabajo, es decir, nuestra capacidad física y mental para realizar trabajo y producir la riqueza social.

Federico Engels
    Los obreros estamos subordinados al capitalista porque nuestra fuerza de trabajo, por sí sola, no puede producir los medios que nos permiten vivir; para crearlos necesitamos herramientas, materia prima, un espacio y condiciones adecuadas para poder trabajar, una división del trabajo compartida con otros obreros, etc. Sin embargo, todos  estos medios de producción le pertenecen al capitalista y, por tanto, los trabajadores estamos obligados a venderle nuestra fuerza de trabajo al patrón a cambio de una determinada cantidad de dinero llamada salario. Luego entonces, lo que producimos los obreros para nosotros mismos con nuestro trabajo no son directamente las mercancías, sino el salario. Trabajar resulta una actividad ingrata y repulsiva, por tanto, la vida comienza allí donde terminan las actividades laborales: en la mesa, en la cama o en la barra de la cantina.
       
     Para demostrar lo poco que le interesa la clase trabajadora a los empresarios y al gobierno de este país, tenemos el caso de la explosión en la mina de Pasta de Conchos, Coahuila, donde murieron 65 trabajadores en un siniestro ocasionado por las ilegales condiciones de inseguridad de la mina, derivadas de la corrupción y favores otorgados por las Secretarías de Economía y del Trabajo al propietario de la mina, Germán Larrea Mota Velasco y su poderoso “Grupo México” (la compañía minera más grande del país y la tercera productora de cobre más grande del mundo). A cinco años de distancia, existe la más absoluta impunidad; la negligencia e incumplimiento de los patrones y funcionarios públicos en torno a las medidas de seguridad en que laboraban los mineros, siguen sin castigo. Y explosiones como ésta siguen repitiéndose; ahí está la muerte reciente de los 14 mineros de Sabinas y, hasta el momento, no existe un solo responsable de ambas tragedias.

    El desprecio de los capitalistas hacia la clase trabajadora se manifiesta también en la situación en que viven, por ejemplo, los jornaleros agrícolas del país, que sufren una lacerante pobreza, con extenuantes jornadas laborales de 12, 14 y hasta 16 horas diarias, sin seguridad social, con salarios por debajo del mínimo legal y, en general, trabajando en condiciones laborales peores a las que existían antes de la Revolución Mexicana.

    La contradicción es ésta: quienes generamos la riqueza en el mundo no podemos disfrutar de ella y, además, se nos denigra de un modo cruel. Si no es en beneficio de la ganancia no hay por qué capacitarnos, educarnos, garantizarnos salud y mucho menos ofrecernos una buena calidad de vida, ¿para qué? ¿acaso al despedir a un trabajador no hay para sustituirlo millones de desocupados que necesitan sobrevivir aun en las peores condiciones de explotación?

    La  respuesta es sí: existen millones de desocupados y cada día aumenta el número de seres humanos desesperados por la falta de trabajo, por la pobreza que se extiende rápidamente sobre todos nosotros y nuestras familias, por la indiferencia de “nuestros  gobernantes”, por nuestra ignorancia y desamparo. Pero al mismo tiempo aumenta, día con día, el número de seres humanos que, indignados por la desigualdad social, habremos de luchar unidos para derrumbar el injusto sistema capitalista.



    Se va acercando el momento en que los trabajadores no sólo seremos importantes por la riqueza que producimos con el desgaste de nuestras manos, neuronas y músculos, sino también porque somos, como bien lo dijo Engels, quienes tendremos en las manos la posibilidad de transformar el mundo, rompiendo así la cadena de hambre mediante la cual se nos mantiene sometidos. Los trabajadores tenemos hoy una histórica tarea; tomar el poder político, eliminar la propiedad privada de los medios de producción y crear un modelo económico que asegure una distribución equitativa de la riqueza.              

    Para que en un futuro esto pueda realizarse, hoy son necesarias dos condiciones: la primera es que los trabajadores nos unamos y organicemos para luchar por mejores condiciones de vida y la segunda, que nos eduquemos políticamente y adquiramos conciencia sobre la necesidad de un cambio político y económico en nuestro país.
    Los trabajadores podremos liberarnos de la opresión a medida que nuestra conciencia y organización aumenten. Poco a poco nuestra clase se convertirá en un león terrible que no aceptará su domesticación y se arrojará sin piedad sobre el domador, cuyo látigo y escudo le serán ya insuficientes para someterlo.




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